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Ojeada retrospectiva

Ramón Orlandis i Despuig, S. I.

Artículo editorial de un número monográfico (núm. 18, de 15 de diciembre de 1944) dedicado a la Natividad del Señor. El artículo hace un repaso del primer año de la revista.

En su primer número presentó CRISTIANDAD un cuadro de la sociedad actual, según la visión que en sus primeras Encíclicas nos ofrecen los Papas Modernos.

El tono de estos documentos -decíamos-- es particularmente grave... Pero sus palabras traducen temor, no desaliento; y no se paran a describir los males de la sociedad moderna, sino para acudir a procurarle remedio.

Exponer cuál sea este remedio era -añadíamos- la última razón de ser de CRISTIANDAD. A este fin se han dirigido, por tanto, la mayor parte de los números aparecidos en este primer año de su publicación.

Dos concepciones del hombre y de la vida se hallan frente a frente: la concepción cristiana, única base de verdadera civilización, y la sostenida por la civilización moderna. La primera, fundada en el Evangelio y la Iglesia de Cristo. La segunda, nacida de la Reforma, del filosofismo y de la Revolución, este fenómeno histórico característico de los tiempos modernos que, bajo diferentes formas, ora agresiva y brutal, ora suave y astuta, y hasta alguna vez beata, pero en el fondo siempre la misma, viene minando nuestra sociedad desde su primer estallido en 1789.

Así, aparentemente vencida era 1815, abandona el radicalismo primitivo para reaparecer en su forma "liberal" con la monarquía de julio. "El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse con el progreso, con el liberalismo y con la civilización moderna", es la nueva consigna de la Revolución, que ha ganado a su causa a los elementos "moderados", y llegado incluso a infiltrarse en el campo católico. Y Pío IX, aclamado en los primeros días de su Pontificado como el "Papa liberal" (máxima aspiración de las sectas), tiene que salir en defensa de la civilización verdadera, condenando aquella proposición con otras setenta y nueve en el "Syllabus" de los errores modernos. (N.º 4.)

A su azaroso reinado, el más largo y más amargo quizás después del de Pedro, le sucede León XIII. Su Pontificado, al que dedicamos los números 10 y 11, representa un supremo intento de reconciliación con los poderes civiles. A este fin consagra todas sus fuerzas, su experiencia y su tacto, su talento y su gran caridad; pero todo fue inútil. De ahí la profunda tristeza que le embargó en los últimos años de su vida, y que le hace exclamar: "en tan difícil y lamentable estado, puesto que los males son humanamente incurables, no nos queda más camino que pedir a la virtud divina el remedio completo a todos ellos".

Pero la obra imperecedera de su Pontificado es el cuerpo admirable de sus Encíclicas, en las que mantuvo íntegramente la línea fijada por Pío IX y sus antecesores, recogiendo y ampliando la doctrina de la Iglesia sobre las más importantes cuestiones que agitan la sociedad moderna (la autoridad, la libertad, las relaciones de la Iglesia y el Estado, la situación de los obreros, la masonería, etc.), y coronando esta obra, la Encíclica "Annum Sacrum", estimada por León XIII como "el acto más importante de su Pontificado", en la que consagró "todo el linaje humano al Augustísimo Corazón de Jesús".

Esta devoción, que considera, estrechamente unida al Reinado social de Jesucristo y, por lo mismo, "no sólo en el futuro siglo", "sino también en esta vida mortal", es el supremo remedio que, sin despreciar el concurso de los "auxilios humanos", propone León XIII a nuestra sociedad enferma.

Desarrollando y aplicando este remedio, su sucesor Pío X, el Papa de la Eucaristía, adopta por lema de su Pontificado: "instaurare omnia in Christo"; restaurar en Cristo, "no sólo cuanto corresponde propiamente al divino cargo de la Iglesia', que es guiar las almas a Dios, mas también cuanto del divino cargo se deriva, que es la civilización cristiana..."; lo cual le lleva a enfrentarse con el espíritu modernista, hijo del liberalismo de la época, que invade todas las esferas, incluso la eclesiástica. (N.º 13.)

El corto Pontificado de su sucesor Benedicto XV, era su mayor parte absorbido por las preocupaciones de la pasada gran guerra, nos dio ocasión de estudiar en el n.º 16 el aparentemente dichoso periodo de paz de 1870 a 1914, caracterizado por la desenfrenada carrera de armamentos que condujo a aquella catástrofe; y de apreciar la admirable previsión del Pontífice al advertir "que la vida y la esencia del cristianismo recibirían una herida pravísima, toda vez que su fuerza proviene de la caridad..., si la firma de la paz dejara subsistir obscuras enemistades entre las naciones".

Pero aquella tragedia no sirvió de escarmiento, y le sucedió otra paz armada, llena de rencor y de odio, cuyos amargos frutos está hoy pagando la humanidad a un alto precio de sangre.

No le faltó tampoco era este período una guía providencial, el Papa Pío XI, que con certera visión le denunció el peligro: "esperamos la paz y este bien no vino...", "pueblos enteros está en peligro de caer de nuevo en una barbarie peor que aquella en que aún yacía la mayor parte del mundo al aparecer el Redentor"; y al mismo tiempo señaló su más honda causa, "el olvido de Dios", y le ofreció el único remedio: "la paz de Cristo en el Reino de Cristo".

Pío IX se había atrevido a desafiar el empuje del liberalismo naciente. Pío XI -decíamos en el n.º 15, dedicado a este Pontífice- se atreve a proponer remedio al liberalismo fracasado. Pero este remedio -añadíamos- no es otro que una verdadera rendición incondicional: la aceptación del Reino de Cristo y por lo mismo la renuncia del principio fundamental de la indiferencia religiosa. Ya que afirma el Papa, "No hay paz de Cristo si no en el Reino de Cristo".

Y llegamos ya al Pontífice reinante, nuestro Santo Padre Pío XII, a quien CRISTIANDAD dedicó su segundo número. En él encontramos la misma visión del mal, cuya causa señala en "el agnosticismo religioso y moral", y cuyo remedio pone en la instauración de la Realeza de Cristo, de la cual quiere hacer el "alfa y omega" de su Pontificado.

Pero Pío XII, ante la gravedad creciente del peligro, da un paso más: recurre a la que es Madre de la Misericordia en busca de "auxilio y defensa en las presentes calamidades", y consagra la Iglesia y todo el género humano al Inmaculado Corazón de María (como antes lo fueron al Corazón de su Hijo Jesús), para que "su amor y patrocinio ACELEREN EL TRIUNFO DEL REINO DE DIOS."

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Sobre el fondo de estos seis Pontificados -núcleo central de la colección hasta hoy publicada- destacan con singular relieve, por la importancia capital de su objeto, los números dedicados a Pentecostés, al Sagrado Corazón, a Cristo Rey y a la Inmaculada.

Va dirigido el primero a estudiar, no tanto la obra del Espíritu Santo en las almas, como -por corresponder mejor al carácter de esta revista- la obra del Divino Espíritu sobre la sociedad, o sea la providencia de Dios en la Historia.

Esta Providencia podemos estudiarla de dos maneras: En cuanto nos es conocida por la, luz natural de la razón; y en todo aquello que nos es dado conocer de ella con la luz sobrenatural de la Revelación. Esta última fuente es la base de una nueva ciencia, que con razón ha podido llamarse "Teología de la Historia".

Como ejemplo de ella, presentábamos dos profecías históricas: la de los Imperios de Daniel, y la del apóstol San Pablo sobre la conversión de los judíos; planteando luego el problema fundamental de la Historia, el destino terreno de la humanidad, en estos términos: ¿Puede variar el estado del inundo? ¿Puede esperarse un tiempo en que se partícipe más perfectamente de la Gracia del Espíritu Santo?

El n.º 6 de CRISTIANDAD, dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, tabernáculo desde el cual el Divino Espíritu difunde su salvadora influencia sobre las almas y sobre los pueblos, va dirigido especialmente a remarcar la oportunidad (le esta devoción, presentada por los Romanos Pontífices como el medio providencialmente escogido por Dios para salvar a la sociedad moderna y a indicar algunos de los principales obstáculos que le han salido al paso: el jansenismo y la revolución.

Una concepción sobrenatural de la vida es necesaria para restablecer el orden en la sociedad. El naturalismo, al afirmar que "en sola la naturaleza ha de basarse el origen y norma de toda verdad", y que "sólo de ella provienen, y a ella han de referirse, cuantos deberes la religión impone", derriba los dos grandes pilares de la sociedad -la verdad y las virtudes cívicas-, negando la Revelación y la Gracia. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, fuente de toda la vida sobrenatural, es por tanto el supremo remedio de nuestra sociedad naturalista.

El n.° 15, dedicado a la fiesta de la Realeza de Cristo, instituida en nuestros días por S. S. Pío XI, va dirigido principalmente a exponer la virtualidad pacificadora de este Reinado, enunciada por dicho Papa con estas palabras: "La paz de Cristo en el Reino de Cristo".

Con tal motivo, expusimos allí los fundamentos de esta virtualidad, sacados de la Encíclica "Ubi arcano"; y comprobamos el fracaso de cuantas tentativas se han hecho, al margen de ella, para la pacificación del mundo, pues -como dice el Papa- "no hay institución humana alguna que pueda imponer a todas las naciones un código de leyes comunes acomodado a nuestros tiempos...". Sólo la Iglesia "puede custodiar la santidad del derecho de gentes", porque "es la única que se presenta con aptitud para tan grande oficio", por "su mandato divino", por "su naturaleza y constitución", y por "la majestad misma que le dan los siglos".

Y el n.º 17, dedicado a la Inmaculada Concepción, cuyo dogma -definido en nuestros tiempos por S. S. Pío IX- constituye una condenación de los errores modernos, una prenda de salvación para nuestra sociedad, y una firme esperanza en la satisfacción legitima de las tendencias y aspiraciones sociales de nuestra época, va dirigido a presentar a la Inmaculada como vencedora del reino de Satanás, no sólo de la antigua serpiente del paraíso, sino también del "Dragón" que, echado del cielo, espera era nuestro mundo el momento de devorar la descendencia escogida de la Mujer.

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Completan la colección de este año otros varios números, dedicados, unos u exponer algunos aspectos de la obra de la Iglesia a través de los siglos: El triunfo y la significación de la Santa Cruz, la difusión del cristianismo en el Imperio Romano y las causas de la decadencia y ruina de éste, la orden de la Merced, redentora de cautivos, la obra de los grandes fundadores (San Benito, Sto. Domingo, San Francisco de Asís, San Ignacio, etc.). Y otros números dedicados a dos de las grandes víctimas de la conflagración actual: la católica Polonia y Montecasino, cuna de nuestra civilización, destruida por la "civilización moderna".

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Esta ha sido la labor de este primer año de CRISTIANDAD, a la que damos cima con el presente número, dedicado a la Natividad del Redentor.

Sólo nos resta dar gracias a Dios por la ayuda prestada por nuestros colaboradores, y por la benévola acogida que nuestros suscriptores nos han dispensado. Quiera Dios que el próximo año pedamos continuar esta labor, para la difusión del Reino de Cristo.