Actualidad psicológica del culto al Sagrado Corazón de Jesús
Mercedes Palet Fritschi
(Ponencia presentada en el Congreso Internacional del Sagrado Corazón de Jesús, en Valladolid, en abril de 2010)
Santa Margarita María de Alacoque es la
que nos revela de parte de Dios, como un profeta para nuestro
tiempo de apostasía, que el Verbo encarnado no sólo tiene amor
divino y humano hacia nosotros sino también, como reiteradamente
señala Pío XII en la encíclica Haurietis Aquas, amor de
afecto, amor sensible, amor de compasión, esto es, el más
inmediato y sensible de los amores humanos Pió XII quien
por otra parte y hasta el día de hoy es el único Pontífice que
ha dado un magisterio específico dirigido a la Psicología y muy
especialmente a la Psicología aplicada , en la encíclica
Haurietis Aquas enseña que el Corazón de Jesús es símbolo
del triple amor de Cristo, y hace especial referencia al
amor sensible de Cristo: Finalmente, y esto en modo más
natural y directo, el Corazón de Jesús es símbolo de su amor
sensible, pues el Cuerpo de Jesucristo, plasmado en el seno
castísimo de la Virgen María por obra del Espíritu Santo,
supera en perfección, y, por ende, en capacidad perceptiva a
todos los demás cuerpos humanos [Cf. ibíd. 3, 33, 2 ad 3; 46,
6: ed. Leon. 11 (1903) 342, 433] . Es más, en esta encíclica el
Papa habla de los movimientos del afecto humano que fueron
propios del Corazón de Jesús durante su vida en la Tierra y
también de los afectos que, después de su Muerte y
Resurrección, continúan habitando en su Corazón. En una breve
pero intensa contemplación y meditación de la íntima
participación que el Corazón de nuestro Salvador Jesucristo
tuvo en su vida afectiva divina y humana, durante el curso de su
vida mortal , toda la Haurietis Aquas está cuajada de
expresiones y descripciones referidas a los movimientos pasionales
del Corazón de Cristo de Cristo, a sus afectos y emociones.
Las pasiones y emociones humanas y el corazón.
Ya desde la Antigüedad se atribuye una estrecha relación entre
las pasiones y emociones humanas y el corazón. De una manera u
otra, y porque comúnmente se sienten en el pecho, la experiencia
humana relaciona las pasiones con el corazón. En la actualidad
son numerosísimos los estudios tanto en el campo de la medicina,
como en el de la psicología aplicada, que demuestran una
relación íntima y especial entre los afectos humanos y la salud
de corazón . La sabiduría popular ha sostenido siempre que por
las penas o las alegrías extremas se puede llegar a partir
el corazón. En la actualidad esta experiencia humana queda
confirmada por el descubrimiento en el campo de la medicina de lo
que se denomina el síndrome del corazón roto o del
corazón partido . En todo caso hoy en día es no
sólo aceptada, sino también confirmada, la existencia de la
alteración, de una conmoción cardíaca en casi todas las
emociones, lo que es más que suficiente para considerar el
corazón como el símbolo que sintetiza la vida afectiva encarnada
propia del ser humano . Puede afirmarse entonces que los
latidos del corazón reflejan los estados emocionales humanos,
sus alegrías y sus sufrimientos .
Es el corazón el que queda afectado, el que queda herido, o el
que se ve aliviado; es el corazón el que se alegra o el que se
abate. En una palabra, el corazón es el lugar del
ser humano en el que se manifiestan las pasiones y las emociones
humanas. Todas las pasiones y emociones pasan de
alguna manera por el corazón . Particularmente desde un punto de
vista más psicológico parece pues que es en el corazón el
lugar donde, de algún modo, residen las emociones, las pasiones
y los afectos del ser humano, especialmente todos aquellos que
más le mueven, más le afectan y, de alguna manera, más le
conforman.
Resulta muy difícil definir conceptualmente qué es el corazón
en un sentido estrictamente psicológico; para ello hemos de
contentarnos con aludir a determinadas experiencias. Así, por
ejemplo, cuando estamos pendientes o expectantes de algo, siempre
que atendemos intensamente a algún hecho o siempre que llevamos
algo profundamente guardado en el alma, estamos tratando de
vivencias del corazón que, de este modo, podría definirse como
aquel fondo del alma en el que las vivencias y las personas
según su obrar adquieren un valor y un significado concreto y
especial. Ello explicaría, en parte, el que con frecuencia se
utilice la palabra corazón no sólo para designar el
corazón de carne, el órgano, sino también para designar el
centro espiritual de una persona .
En el corazón entendido espiritualmente también hay afectos,
afectos espirituales, que son actos de la voluntad y que, por una
analogía metafórica, se designan casi siempre con el mismo
nombre que las pasiones sensibles. Estos afectos espirituales,
sin embargo, no comportan necesariamente perturbación anímica o
transmutación corporal .
En el hombre, el corazón carnal es distinto del corazón
espiritual y las inclinaciones de ambos se pueden oponer. El
corazón del hombre, toda la afectividad humana tiende a diversas
cosas según las potencias afectivas y según los diversos
objetos apetecibles. Y por eso, en un mismo individuo luchan a
veces algunas apeticiones contrarias, como la concupiscencia
carnal y el deseo voluntario de evitar el pecado, el deseo de los
bienes materiales y el de los espirituales . Esta ley de la
carne es la ley del corazón caído, del corazón dañado,
apasionado en el sentido negativo, es decir, apartado de su
inclinación natural, y [...] que se traduce en la triple
concupiscencia (de la carne, de los ojos y de la soberbia de la
vida), que es el principio dinámico de todos los problemas de
nuestra vida, de nuestras frustraciones, fracasos, pecados, e
incluso de muchos de nuestros desequilibrios psíquicos .
Aunque en el corazón del hombre, por el pecado original, se dé
esa oposición entre el corazón de carne y el espiritual, en
principio, la diferencia entre ambos corazones no implica
necesariamente su oposición. En un principio Dios hizo las cosas
de modo distinto. Las pasiones sensibles están hechas, de alguna
manera, para seguir y, si cabe, corroborar, las del espíritu. El
apetito sensitivo está hecho para ser gobernado, para ser
dirigido y ordenado por la razón.
Desde una psicología fundamentada en la realidad de las cosas y
en una antropología sana y cabal es necesario descubrir (y
afirmar) que la razón y la voluntad son el centro directivo de
la personalidad. La vida sensitiva y emocional, la vida del
corazón, está hecha para ser guiada desde arriba , desde la
razón . Toda psicología, también aquella que quiera referirse
tan sólo a las realidades medibles de orden natural,
debería considerar y aceptar ese principio que yo me atrevo a
calificar de verticalidad descendente. Principio
según el cual también las facultades sensibles e incluso
vegetativas están especialmente al servicio de las facultades
superiores racionales. (?)
La realización de la armonía entre la parte sensitiva y
la parte espiritual que Dios pensó para el hombre se da
eminentemente en Cristo, y se sintetiza en la imagen de su
Sagrado Corazón . Cristo nos revela el amor del Padre
amando con corazón de hombre. Cristo nos amó con su alma
y con su cuerpo. Nos amó y vivió las pasiones propias de los
hombres, para mostrarnos cómo se es hombre también a ese nivel
y para curar el desorden de nuestras propias pasiones. [...]
Manifestó sus afectos no sólo con acciones, sino también con
pasiones corporales tan hondas al punto de sudar sangre. [...]
Las pasiones de Cristo, como las del primer hombre (figura del
que había de venir), eran (y son) especiales, propassiones, es
decir, que sus movimientos no se adelantaban al juicio de la
razón ni lo alteraban, sino que se adecuaban perfecta y
armónicamente a su voluntad. De este modo, aun más que en
nosotros, las pasiones de Cristo eran manifestación cristalina
(aunque de otro orden) del amor de su voluntad. Sus mismos ritmos
corporales eran manifestación de su caridad, igual que los
latidos salvíficos de su Corazón. [...] Pero los latidos de su
Corazón no manifestaban sólo el amor de caridad que derivaba de
su conocimiento humano experimental, sino también de su ciencia
infusa, por la que es Cabeza de los ángeles, y del conocimiento
inmediato y sin velos (visio beatífica) que como hombre tenía
de Dios; e incluso del amor increado que se identifica con la
esencia de Dios y que le pertenece en cuanto que Él es Dios .
Se puede afirmar pues que Dios, y muy especialmente a través de
su Pasión y Cruz, ha manifestado su amor apasionado
por los hombres, y por un designo misterioso que jamás ningún
hombre acabará de comprender, lo ha puesto de manifiesto a
través de su Sagrado Corazón.
Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres.
Es muy especialmente en las Revelaciones del Sagrado Corazón de
Jesús a Santa Margarita María de Alacoque (y también al ya
pronto Beato Padre Bernardo de Hoyos) que de una forma también
especialmente clara y renovada queda de manifiesto ese amor
apasionado de Dios por el hombre.
Mostrándole su Corazón dice Jesús a Santa Margarita María:
Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres. Quiero
que esta imagen sea expuesta a sus miradas para ablandar sus
corazones. El Dr. Canals recordaba que los hombres
tienen que ser renovados por las cosas sagradas, y que no son las
cosas sagradas las que tienen que ser cambiadas por los hombres
. Hago esta precisión porque me parece muy importante indicar
que también desde la Psicología hay que considerar las
cosas sagradas no para cambiarlas y reexplicarlas,
reinterpretándolas o reduciéndolas a rituales o contenidos de
utilidad psicoterapéutica como
desgraciadamente y con frecuencia es el caso en algunos sectores
de la práctica de la psicología , sino más bien para
que esas cosas sagradas iluminen al psicólogo
cristiano tanto en su consideración antropológica sobre la
realidad del hombre en general como en la misma práctica
concreta de la psicología, por lo que se refiere a su
aplicación en la terapia de los múltiples y tan variados
malestares y trastornos psíquicos que, desgraciadamente, tanto
proliferan en nuestros días.
Pío XII advierte muy seriamente a los psicólogos cuando afirma
que: Cuando se considera al hombre como obra de Dios, se
descubren en él dos características importantes para el
desarrollo y el valor de la personalidad cristiana: su semejanza
con Dios, que procede del acto creador, y su filiación divina en
Cristo, manifestada por la Revelación. En efecto, la
personalidad cristiana resulta incomprensible si se olvidan estos
datos, y la psicología, sobre todo la aplicada, se expone
también a incomprensiones y a errores si los ignora. Porque se
trata claramente de hechos reales y no imaginarios o supuestos.
Que estos hechos sean conocidos por revelación nada quita a su
autenticidad, porque la revelación pone al hombre en el caso de
sobrepasar los límites de una inteligencia limitada para dejarse
prender por la inteligencia infinita de Dios.
Me atrevo a decir que las apariciones y las revelaciones del
Sagrado Corazón de Jesús, especialmente a Santa Margarita
María y toda la devoción y culto al Sagrado Corazón, tal y
como los entiende el Magisterio de la Iglesia, y tal y como
están expresados en la liturgia y tal como los viven el sentir y
las costumbres del pueblo cristiano forman parte sin duda de esta
inteligencia infinita de Dios, y patentizan como
signo misterioso y providencial su Corazón como símbolo de
amor.
Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres. Quiero
que esta imagen sea expuesta a sus miradas para ablandar sus
corazones. Nuestro Señor pide que le miremos y lo pide
porque quiere ablandar nuestros corazones. Séame
permitido intentar una explicación de carácter meramente
psicológico sobre el dinamismo intrínsecamente psíquico en el
que consistiría este proceso de mirar a un corazón y
quedar por él ablandado. Hay que entender en primer lugar
lo que puede significar mirar. Desde una perspectiva
del culto y de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús este
mirar no puede más que entenderse como contemplar y
meditar.
El hombre a quien nunca nadie miró,
Es importante insistir en ello, porque en la actualidad se ha
perdido la virtud de mirar al otro. Vivimos en unos tiempos en
los que el ser humano ya no es mirado. Atendamos con
sinceridad a la situación del hombre contemporáneo dice
Canals en una sociedad regida por una voluntad
planificadora al servicio de sí misma y sin fines
«especulativos». Lejos de ser aplastado por la mirada del
prójimo, hallaremos tal vez en su trágica soledad, perdido en
lo público y sumergido en la socialización impersonal de
pretendidas «relaciones humanas» a un hombre que podría ser
caracterizado con el título de «El hombre a quien nunca nadie
miró» .
Tal y como explica Canals, este hombre a quien nunca nadie
miró, vendría a ser tipo ejemplar de los hombres de
nuestro tiempo en muchos momentos y situaciones de la vida.
Porque el mismo progreso técnico, higiénico, o el aumento de
medios e instrumentos al servicio de una planificación
educativa, puede conducir y de hecho conduce a una desproporción
trágica entre la abundancia de datos registrados en el plano
médico, pedagógico, de aptitudes y factores de inteligencia por
medio de pruebas psicotécnicas, etc., y las posibilidades reales
de atención y diálogo personal. Por extraño que pueda parecer,
hay que afirmar que a lo largo de toda una vida puede un hombre
de hoy hallarse muy raramente con alguna persona que lo mire a la
cara. [...] Bajo pretexto de objetividad y de racionalización,
el hombre individual y personal se queda solo. Esta soledad del
hombre, perdido en lo público, reducido a un elemento de
consideración tecnológica, puede servir de punto de partida
para una reflexión que muestre la actualidad psicológica del
mensaje del Corazón de Jesús .
¿Qué le ocurriría, pues, a un hombre a quien nadie hubiera
nunca mirado? De entrada lo que ocurriría a ese hombre es lo que
con tanta frecuencia le ocurre al hombre de hoy. Que, en
principio, teme la mirada del otro. Se siente molesto ante la
mirada ajena, porque ya desde niño ha aprendido a ser mirado
bajo una mirada técnica que más que mirarle, le evalúa; ha
aprendido que cuando es mirado, es ante todo analizado,
clasificado, medido y hasta seccionado; ya desde la más tierna
infancia comparativamente juzgado por su rendimiento, por su
aspecto, por su poder adquisitivo, por su utilidad social y
profesional, por su adecuación a determinadas expectativas
sociales, culturales, económicas y políticas. El niño y el
joven de hoy temen la mirada de los demás, especialmente la de
sus padres y maestros. Y la temen, en definitiva, porque en
nuestra sociedad y cultura, tan altamente neuróticas y
neurotizantes, están aprendiendo a entenderse a sí mismos como
no siendo suficientes, como siendo de entrada y
originalmente incapaces de satisfacer expectativas y aspiraciones
de talante muy relativo. El hombre de hoy, desde su más tierna
infancia, no es mirado, sino que es medido y relativizado. Parece
que de esa mirada técnica no escapa nadie, tampoco escapa a esa
mirada técnica el niño de hoy, como tampoco escapó aquel niño
que hace pocas décadas fueron sus padres. Y es por esta razón
que muchos padres, e incluso padres buenos que quieren obrar el
bien para sus hijos, han aprendido a mirar a sus hijos sólo bajo
el prisma de un relativismo, más o menos imperante, o por lo
menos bajo el prisma de lo que yo me atrevo a calificar como el
prisma del déficit .
De la mirada del hombre de hoy ha desaparecido la contemplación
de aquello que se mira y el amor por aquello que se mira. El
hombre de nuestros días adolece de la experiencia vivificante,
tremendamente estructurante de ser contemplado y amado. El hombre
de hoy ha aprendido a temer la mirada del otro. Pero no solo a
temerla sino también a rebelarse contra ella . El hombre
contemporáneo desconocedor de la mirada vivificante del amor,
rehúsa la mirada, porque la vive ante todo como evaluación
(crítica) de la propia vida, incluso de la propia existencia.
Por esta imperante observación mecanizada y relativizante del
hombre, y porque aspira a un sentido que no sabe nombrar y del
que sólo experimenta su ausencia, se lleva al hombre si no a la
soberbia por lo menos a una actitud vanidosa y altanera de quien
no quiere estar «por debajo de nadie» y a rebelarse contra
quien le dice cómo es y qué ha de hacer. Y en caso de carecer
de aquella confianza que en psicología es llamada confianza
básica y también en caso de carecer de los recursos psíquicos
y de personalidad suficientes lo cual es cada vez más
frecuente en nuestros días cae entonces el hombre en
aquel abatimiento del alma y del afecto tan intenso y que se
instala de tal manera en el interior del hombre que le hace creer
que nunca podrá aspirar a ningún bien ni a ser feliz de una
forma plena y en correspondencia con el propio ser .
Jesús pide con insistencia que dirijamos nuestra mirada hacia su
Corazón, que le miremos
Y, sin embargo, el «ser mirado», con mirada
desinteresada, con mirada contemplativa y amorosa, lejos de ser
destructor y anonadante, es una exigencia radical de la
existencia y de la vida humana personal . Si somos sinceros
y humildes, reconoceremos que no es aplastante para el hombre,
sino consolador y «fundante» en el sentido de que nos
constituye, sentirse ante la mirada del amor, ante la mirada de
quien nos ama, y muy especialmente ante la mirada de Dios.
La situación del hombre de hoy está mostrando, no sólo
la necesidad y la urgencia, sino también la congruencia profunda
para las necesidades de la humanidad contemporánea del mensaje
del amor de Dios sensibilizado humana y corporalmente en el
Corazón de Cristo . Porque ningún hombre es plena y
seriamente humano si no es hombre de corazón, y sin el amor todo
lo humano es vacío, es inconsistente. Al revelarnos Cristo su
corazón de hombre, de hombre de carne y hueso, al llamarnos a
contemplar esa profundidad de su amor, nos manifiesta también la
voluntad de restaurar y reasumir todas las cosas en el amor de
Cristo .
Jesús pide con insistencia que dirijamos nuestra mirada hacia su
Corazón, que le miremos; y la Iglesia insiste en que grabemos en
nuestro corazón para que nunca sean olvidadas aquellas palabras
de Cristo quien poniendo de manifiesto su infinita caridad, se
lamentó justamente a Santa Margarita diciéndole a la manera del
que está triste: He aquí el Corazón que tanto ha amado a
los hombres y que les ha llenado de toda suerte de beneficios y
que no sólo no ha encontrado agradecimiento a su infinito amor;
antes bien, olvido, desprecio, contumelias y, por cierto,
inferidas a veces aún por los que estaban obligados a un
peculiar amor .
Desde un punto de vista meramente psicológico, que, de alguna
manera es reflejo de la vida espiritual, aquello en lo que
insiste Jesús al mendigar nuestra mirada es precisamente aquello
que al hombre de hoy se le hace tan difícil: mirar al otro,
darse cuenta de su existencia, penetrar en su vida, asentir y
afirmar la bondad de su existencia. Porque lo que especialmente
en nuestros días se está perdiendo es esa capacidad
profundamente humana de apertura aceptante y afirmante del otro.
Lo que Jesús pide y suplica es precisamente la plenitud de la
justicia: el amor
Lo que Jesús mendiga y suplica en ese esfuerzo tremendamente
misterioso de mostrar su sacratísimo Corazón al hombre de hoy
no es únicamente un acto de respeto por su amor y por la
excelsísima excelencia de todos los títulos y poderes que le
son propios por ser quien es, el Hijo de Dios, el Verbo
Encarnado, el Dueño y Señor de la Historia y el Rey del
Universo, ante cuyo Nombre toda rodilla se dobla en los cielos,
en la tierra y en los abismos ; un acto de respeto exigido por la
justicia (en la forma precisa de la virtud de la religión ). Lo
que Jesús pide y suplica es algo que va más allá de lo que es
primeramente de justicia, completándola. Lo que Él pide es
precisamente la plenitud de la justicia: el amor . Es
precisamente en estos nuestros tiempos en los que se ha enfriado
el amor en el mundo, que profundizando en la conciencia de la
Iglesia en algo que está en el mismo Evangelio y en toda la
historia de la Salvación, pero que Él ha querido que se
sintiese cada vez más a través de los carismas y la entrega de
santos y santas como santa Margarita María, o san Claudio de la
Colombière o del a partir de mañana beato Bernardo de Hoyos,
que Dios ha querido proponérsenos como Amor. De tal manera que
toda nuestra relación con Él queda centrada, simplificada y
movida sobre todo por el hecho de que Dios es sumamente
respetable, amable y digno de servicio porque nos ha amado . Por
tanto, en cuanto culto y en cuanto entrega pues devoción
quiere decir, literalmente, entrega la devoción y el
culto al Sagrado Corazón es sobre todo y antes que nada la
correspondencia al Amor de Dios.
El amor es aquel movimiento de la voluntad que se orienta a la
convivencia con el otro, a la unión y a la intimidad con el
amado. Enseña Santo Tomás de Aquino que para su unión con Dios
el alma necesita ser llevada como de la mano por las cosas
sensibles y que por eso es necesario que en el culto divino
nos sirvamos de elementos corporales para que, a manera de
signos, exciten la mente humana a la práctica de los actos
espirituales con los que ella se une a Dios . Según
advierte el mismo Santo, los actos interiores de culto pertenecen
al corazón . Pero para poner en obra todo aquello que
exige el culto divino es necesario que la voluntad esté pronta,
que esté dispuesta para hacer con prontitud lo que el culto a
Dios de suyo exige y es precisamente en ello en lo que consiste
la devoción, en una voluntad propia de entregarse a todo lo que
pertenece al servicio de Dios . Pero a la devoción, como acto de
la voluntad que es, debe preceder alguna deliberación, alguna
consideración. Y es así que son precisamente la contemplación
y la meditación lo que Santo Tomás de Aquino llama causa
de la devoción, porque por la contemplación y la
meditación concibe el hombre el propósito de entregarse al
servicio divino Es por esta razón que en El tesoro
escondido se explica que el culto interior al Sagrado
Corazón de Jesús y esta explicación es sumamente
psicológica, a pesar de que desde tantos ámbitos de la
psicología se haya perdido de vista que las facultades
racionales son objeto especialísimo y principalísimo de la
consideración psicológica consiste en el ejercicio
de la memoria, entendimiento y voluntad acerca del deífico
Corazón.
La memoria debe acordarse familiar, frecuente y
amorosamente de este divinísimo Corazón y de sus admirables
perfecciones. El entendimiento debe ejercitarse en el
conocimiento de sus soberanas excelencias, pensando y penetrando
bien cuánta sea su dignidad, su santidad y perfección, cuántos
tesoros de gracias celestiales están depositados en este
sacrosanto Corazón; cuánto padeció por la gloria de Dios y
salvación de los hombres; cuán amado es de toda la Santísima
Trinidad y, en fin, cuán amado sea de nuestra veneración y
amor.
Este conocimiento de la amabilidad del Sagrado Corazón de Jesús
[...] se imprimirá en el alma con la meditación de sus
infinitas excelencias. [...] La voluntad seguirá al conocimiento
con los afectos que corresponden a la excelencia de este Sagrado
Corazón, a su dignidad suprema, a todas sus perfecciones, con
una gran admiración, glorificación y alabanza al infinito amor
para con los hombres, con amor ardiente y agradecido; y así
otros innumerables afectos que el amantísimo Jesús se dignará
infundir en nuestras almas. Y estando ciertos que no hay cosa
más amada del Eterno Padre entre las criaturas que el Corazón
sacrosanto de su Divino Hijo, nos valdremos del mismo Sagrado
Corazón para hacer nuestras acciones más aceptas y agradables a
la Divina Majestad, uniendo cuanto hiciéremos o padeciéremos
con lo que hizo y padeció el Divino Corazón de Jesús.
Finalmente, cotejando el infinito amor con que se abrasaba el
Corazón de Jesús para con los hombres, con la ingrata
correspondencia de éstos, y, considerando que nosotros somos del
número de estos ingratos, nos ejercitaremos en actos de
confusión, dolor y arrepentimiento; y ofreceremos cuanto nos sea
posible la enmienda, prometiendo reparar de nuestra parte las
ofensas que ha recibido de nuestra ingratitud y la de los demás
hombres, particularmente en el Santísimo Sacramento. Este es el
obsequio que el amorosísimo Jesús desea principalmente para su
amante Corazón
Contemplando el Corazón de Jesús, el alma del hombre, el
corazón del hombre no sólo mira, sino que ante todo es mirado.
El culto al Sagrado Corazón de Jesús dinamiza toda la vida
psíquica, toda la vida personal, toda la vida interior y
exterior del hombre poniéndola al servicio y alabanza de Dios,
uniéndose a Él por la correspondencia y por la reparación en
el Amor.
Contemplando el Corazón de Jesús, el alma del hombre, el
corazón del hombre no sólo mira, sino que ante todo es mirado.
Es mirado por Jesús, que le ama infinitamente, de un modo
indecible, con una mirada que, de alguna manera, le está ya
diciendo quién es él. Desde un punto de vista estrictamente
psicológico de la formación de la conciencia personal concreta,
la contemplación del Corazón de Jesús nos descubre de una
manera misteriosísima el secreto de quién somos, nuestro propio
secreto: «Yo, indigno pecador, soy el objeto del Amor de Dios».
La consideración de esta realidad, que no por ser espiritual
deja de ser psicológica, entraña dimensiones profundísimas en
la consideración de la propia conciencia de sí mismo. Lo que yo
soy ante Dios, lo que yo valgo ante Dios, a lo que yo estoy
llamado por Dios y todavía mucho más, todo esto lo descubro en
la contemplación y meditación de la divina excelencia del Amor
del Sagrado Corazón de Jesús.
Los bienes que se siguen de la devoción y el culto al Corazón
de Jesús son de todo orden. Tendríamos que esforzarnos
constante y conscientemente en convencernos de que si somos
fieles al propósito de ser fieles a la devoción y culto del
Corazón de Cristo, de querer ser apóstoles del Corazón de
Jesús, se darán en nosotros las bendiciones y gracias que el
Sagrado Corazón de Jesús prometió a Santa Margarita. Si nos
entregamos al Corazón de Cristo, Cristo cuidará de nuestras
cosas y velará por nuestros intereses. Pero estos intereses no
deben ser unicamente entendidos como bienes externos. Son ante
todo bienes de orden espiritual, pero también bienes de orden
psicológico. Sin duda pertenece también a nuestro interés y se
corresponde con el fin propio de nuestra naturaleza el saber
quién somos, la memoria sobre nosotros mismos, y el saber para
qué vivimos. La respuesta a esas cuestiones tan tremendamente
existenciales y concretamente personales se encuentra
definitivamente en la contemplación y la entrega al Corazón de
Jesús.
Junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende
a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su
destino, a comprender el valor de una vida auténticamente
cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a
unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así -y
ésta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del
Salvador - sobre las ruinas acumuladas por el odio y la
violencia, se podrá construir la tan deseada civilización del
amor, el reino del Corazón de Cristo .
Desde la mirada del Corazón de Cristo el corazón del hombre se
ablandará
Es desde la mirada del Corazón de Cristo como el corazón del
hombre se ablandará. No es tan sólo que sea la contemplación
de la infinita bondad y amor de nuestro Señor que nuestro
corazón se elevará, sino que, antes que nada, es la mirada
amorosa del Corazón de Cristo la que nos desvela,
particularmente a cada uno de nosotros, el misterio y la
profundidad de nuestra vida personal, ablandando nuestros
corazones.
El corazón de piedra del hombre moderno necesita ser ablandado
por la mirada amorosa del Corazón de Dios. Lo que sea el
verdadero amor humano, cuáles son sus causas y sus efectos son
cuestiones que la psicología, bajo ningún concepto, puede
desatender. Del amor sabemos que lo que le es más propio, que a
lo que con más fuerza tiende es a la unión del amado con el
amante. El amor es como «vida que enlaza o desea enlazar otras
dos vidas, al amante y al amado» El Amante, Jesús mismo, busca
y persigue la unión con lo amado, con nuestras almas. A este
Amor vehemente de Jesús se le pueden atribuir, ya inmediatamente
en el orden psicológico, una serie de efectos próximos, uno de
ellos es lo que Santo Tomás de Aquino llama la licuefacción o
derritimiento . Es decir, un ablandarse del corazón del amado.
En efecto, se trata de un reblandecimiento del corazón,
que le hace hábil para que en el penetre el bien amado .
Mirando y contemplando el Corazón de Jesús, abierto y
palpitando por mi amor, el mismo amor vehemente de Cristo ablanda
nuestro corazón y lo prepara amorosamente para que en él
penetre el mismo Amor de Dios.
Desde una consideración psicológica, esta mirada del Amor de
Cristo supone para el hombre, antes que nada, la confirmación en
su mismo ser. ¿Qué misterio insondable significará que el
Sagrado Corazón de Jesús nos mire y nos diga, a la vez que lo
siente y lo vive: «¡He aquí mi
Corazón que tanto te ha amado y que tanto necesita de tu
amor!»? Es exactamente la confirmación en el ser. Es
exactamente la confirmación del saberse querido, «aprobado» y
confirmado de una forma única y absoluta, como es la que
proviene de Dios.
Claro que para poder percibir esa mirada del Corazón de Jesús,
el hombre tiene que contemplarlo, pero contemplarlo desde su ser
criatura; desde la pequeñez y la indigencia de quien todo lo
necesita y espera de Quien le ama. El Dr. Canals insistía
constantemente en que hemos de pedir continuamente que Dios nos
haga «sentir» la devoción a su Sagrado Corazón. Y en este
«sentir» lo que primeramente se incluye es «el ser pequeño».
Sentir y conocer la propia pequeñez y la propia limitación es
una de las condiciones previas para «sentir» y vivir la
devoción al Sagrado Corazón.
La perfección del Amor de correspondencia al Sagrado Corazón
consiste en aquello que Santa Teserita con tanta sencillez
explica: en dejarse llevar, en sentarse en el regazo del
Padre y dejarse acariciar por Él. Consiste en algo que
gusta a los niños y que, sin embargo, al hombre moderno, herido
y fragmentado y desorientado pero lleno de autosuficiencia, de
autoestima y de vanidad no puede acabar de aceptar: ser deudor de
nadie, ser queridos «gratis».
Sólo la confianza y nada más que la confianza nos ha de
llevar al Amor
Hay dos caminos que llevan a la perfección querida por Dios,
pero que por su sencillez y simplicidad son rechazados y
despreciados por ese hombre de nuestros días tan herido pero tan
envanecido. Son dos caminos que en cuanto son aceptados y amados
por el hombre le llevan a la perfección del Padre Eterno que
Jesús quiere para nosotros. Encontramos estos dos caminos
delicada y magníficamente expuestos en la obra de la Santa
Doctora de nuestros tiempos: Santa Teresita del Niño Jesús.
Estos dos caminos son la simplicidad y el amor.
Lo único conducente al Amor es la entrega, sencilla e infantil.
Santa Teresita del Niño Jesús dice algo que puede parecer
sorprendente: Sólo la confianza y nada más que la
confianza nos ha de llevar al Amor . Pero para
simplificarse, para ser sencillo, lo más importante no es hacer
el propósito de hacerse sencillo, sino hacerse el propósito de
aceptar el infinito Amor de Dios en su Sagrado Corazón. Y eso es
lo verdaderamente difícil, porque esta aceptación supone la
inmolación de sí mismo. Porque no hay amor sin dolor, no hay
amor sin entrega. El amor verdadero dispone a la entrega y al
sacrificio por los hermanos, de lo contrario no es amor. ¿Y
quién puede llegar a alcanzar ese amor por sí mismo?: ¡nadie!
No está en las fuerzas humanas. No consiste el Amor en que
nosotros nos propongamos y nos empeñemos en ello. Porque el
amor, la caridad no consiste en que nosotros amemos a Dios, sino
en que Dios nos ha amado primero. No se trata de que nosotros
alcancemos la caridad, sino que la caridad nos alcance a
nosotros. El hombre no podría jamás llegar a amar a Dios, si
Dios no le amara primero. Nosotros podemos amar a Dios, si nos
dejamos primero amar por Él, si aceptamos el don de su Amor, y
si tenemos puestas todas nuestras esperanzas en Él y si tenemos
en Él confianza «vivida».
Sé a quien me he confiado dice el Apóstol y
estoy cierto de que es poderoso para guardar mi depósito
(2 Tim, 1, 12). Santo Tomás enseña que la palabra confianza
parece significar principalmente el que uno conciba esperanza
porque da crédito a las palabras de otro que le promete ayuda o
porque al considerar y reconocer que tiene un amigo poderoso,
tiene la confianza de que le va a ayudar . La confianza es la
esperanza robustecida, fortalecida, por una opinión firme basada
en las palabras y las obras de quien nos promete ayuda .
En la devoción y culto al Corazón de Jesús no puede, pues,
olvidarse este elemento fundamental de confianza que abarca todos
los niveles y aspectos de la vida concreta personal. Atendiendo a
las promesas del Sagrado Corazón a Santa Margarita María parece
incluso que Cristo da a entender a Santa Margarita que bastaría
con que las almas se enfervorizasen con el culto y la devoción
al Sagrado Corazón de Jesús, para que Éste las colmara con
toda clase de bendiciones y gracias para su vida personal,
familiar, profesional, social y espiritual.
En un mundo en el que la pequeñez es inaceptada, pequeñez
entendida como falta de un éxito debido; en un mundo en el que
la falta de reconocimiento social, el fracaso profesional o
matrimonial o en el que tan solo el no ser un «tipo genial» es
causa de tanta «baja estima», de tantos cuadros aparentemente
depresivos y de tanto malestar psicológico, se hace urgentísimo
comprender que nuestra gloria y nuestro consuelo es precisamente
eso, el ser pequeños y limitados. Nuestro Señor se complace en
los pequeños, en los fracasados, en los humillados y en los
tullidos psíquica y espiritualmente. La devoción al Corazón de
Jesús entendida como lo hacía el P. Ramón Orlandis y su
discípulo Francisco Canals es justamente la que nos puede ayudar
a comprenderlo !Cuán verdad es que solo ella, la devoción al
Sagrado Corazón de Jesús, puede curar de sus «enfermedades»
al hombre de hoy!