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Ser víctima del reino de Dios y ser víctima del amor de Dios

El reino de Dios en uno mismo, la dimensión personal del reino de Dios, que es la primordial, por cierto, es nuestra mayor necesidad y el todo y el compendio de las gracias personales que esperamos de la misericordia de Dios, con esperanza segura y cierta, dada por Dios ante todo, junto con la fe y la caridad, porque nos las ganó en la cruz Jesús, Nuestro Señor, el Verbo hecho carne. Hay que vivir y obrar según Dios, según la voluntad de Dios; no según uno mismo, como si Dios no existiera

Jesús, Nuestro Señor, el Verbo hecho carne, se hizo hombre para siempre. Lo sigue siendo tras su resurrección. Y como hombre necesita nuestro amor; y nos lo pide y suplica, como un pequeño retorno y correspondencia a su amor con locura, expresado en todo lo que padeció por nosotros. Ahora bien, Él ya lo tiene todo, puesto que es Dios. Nuestro amor por Jesús ha de consistir en recibir todo lo que Él a toda costa nos quiere dar, que es su reinado en nosotros. Eso sí, Él requiere nuestro consentimiento para reinar en nosotros por el amor con locura que nos tiene. Nos lo podría imponer, pero Dios voluntariamente no actúa así. Nos hizo personas. Nos hizo racionales. Del último e ínfimo nivel, pero personas. Irrevocablemente. Porque Dios así lo quiso y lo quiere de una vez por todas. Quiere reinar a toda costa en nosotros, darnos nuestro máximo bien, su reino en nosotros, pero con nuestro consentimiento. Que Dios también nos lo da, nos da que consintamos, como una gracia. Si consentimos en que reine en nosotros es por la eficacia intrínseca de su gracia. Y se realiza que consintamos si no nos resistimos a su gracia de darnos que consintamos, si no hacemos nada para oponernos. Si reina en nosotros es porque consentimos que reine en nosotros por su gracia de que consintamos en ello, no haciendo nada, por esa misma gracia, para oponernos; y si no reina en nosotros es porque nos resistimos y oponemos a su gracia de que consintamos en que reine en nosotros, haciendo nosotros por nuestra cuenta y con nuestro esfuerzo lo que está al margen de su voluntad. Si reina en nosotros es por su gracia y si no reina en nosotros es por nuestra culpa.

Necesitamos y precisamos de la gracia de Dios para que Él reine en nosotros, para que venga a nosotros su reino, ante todo en su dimensión personal, la primordial. La precisamos indispensablemente porque hay que vencer constantemente algo tan difícil y doloroso como nuestro apego y atracción por todas las cosas creadas, que en sí son bienes, y sobre todo por nuestro propio yo, por nuestra autoestimación y por obrar y vivir según nuestro yo. El reino de Dios en nuestra alma ha de ser total. Eso es lo que Él a toda costa nos quiere dar y para lo que nos creó, para lo que nos dio la e¡xistencia, para lo que nos dio el ser. El reinado total de Dios en nosotros en sus dos fases, la conversión una y otra vez hacia Él mediante su gracia (operante) y ser y vivir como hijos de Dios por adopción, mediante su gracia (cooperante), recibiendo incluso participar de Su vida divina.

El reino de Dios en cada uno de nosotros, en todos y en toda la sociedad humana en todas sus dimensiones es nuestro bien, total y máximo, pero requiere pasar por sufrimientos al despegarnos de los bienes creados, de ir tras ellos y al negarnos a nosotros mismos, a nuestro yo; y superar esto requiere y precisa la gracia. Jesús, el Verbo hecho carne nos enseñó a pedirle a Dios Padre, "venga a nosotros tu reino". Nos enseñó a pedir su reinado, no en vano. Será un hecho, vendrá el reino de Dios a nuestra alma, a la de todos y cada uno de nosotros los hombres, varones y mujeres, y a todas las naciones.

Esto coincide con la doctrina vivida y enseñada por nuestra doctora santa Teresa del Niño Jesús de ser víctima del amor misericordioso de Dios. Siendo el amor un bien, el máximo bien, y la felicidad, ¿cómo se puede ser víctima de ello? Es que Dios nos concederá incluso las gracias de soportar los padecimientos y humillaciones, como los soportó Jesús, el Verbo hecho carne, su Hijo bien amado. Colocándonos en el Corazón de Jesús, no nos puede suceder nada malo, sino lo bueno, que Dios nos preserve de padecimientos, o a veces algo mejor, que Él nos seleccione para algunos padecimientos y humillaciones, para la anunciada poda:

"Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto" (Jn 15,1-2).

Y esto nos hará felices ya en la tierra e infinitamente más en el cielo. No los sufrimientos, sino aceptar y hacer la voluntad de Dios y vivir ya en la tierra según ella, cueste lo que cueste; para lo que nos es imprescindible la gracia divina; que Jesús, el Verbo hecho carne nos dé al Espíritu Santo de parte del Padre, para poder amar a Dios sobre todas las cosa y al prójimo por amor de Dios. Mientras que buscar goces en lo que no sea Dios y pretender evitarnos sufrimientos no nos dará la felicidad. Y vivir según nuestro yo, vivir como si Dios no existiera, es lo que quiere Satanás que hagamos, es por consiguiente vivir sometidos al imperio de Satanás.

En cambio los santos le pedían y le piden a Jesús algunos sufrimientos, humillaciones y mortificaciones, ya que Él padeció tanto por nosotros. Así nos lo enseñan con su vida y su doctrina. Y santa Teresa del Niño Jesús se ofreció como víctima del amor misericordioso de Dios, dentro de su caminito directo al cielo, a base de pedirle a Dios constantemente que la hiciese pequeñita para ser subida al cielo, como en un ascensor, en los brazos de Jesús; y volar a las alturas divinas, siendo un pajarito pequeño incapaz de volar por sí solo, montada sobre las alas del águila divina, que es el propio Jesús, el Verbo hecho carne.

Los requisitos para ir por ese caminito directo al cielo eran para santa Teresita, y son para nosotros, la humildad (conseguir que Dios nos haga cada vez más pequeños a base de pedírselo constantemente) y el amor con locura a Dios y al prójimo por amor de Dios. Es preciso amar a Dios con locura, como nos ama Jesús, el Verbo hecho carne. Porque el amor ha de ser obviamente verdadero, es decir, amor con locura, como el que nos tiene Jesús, el Verbo hecho carne

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"En este día de gracia, pido a Jesús que fortalezca vuestra fe y se convierta en el Soberano de vuestras vidas"
(Mensaje anual de la Virgen de la paz de Medjugorje del 25.12.2022)

Aceptar el reinado de Jesús es ser víctima de su amor

Jesucristo quiere a toda costa reinar en cada alma porque ese es nuestro bien

Lo más urgente de todo.

La devoción al Sagrado Corazón y su crisis

Llegar a ser santo es la tarea de todo hombre y consiste en vivir como hijos de Dios, a través del camino exigente de la libertad, en la "semejanza" a Él según la cual han sido creados (Benedicto XVI, 1 de noviembre de 2007)

Las heridas que dejó el pecado original en nuestra naturaleza humana, según santo Tomás
El problema que tenemos los hombres, varones y mujeres, es que, siendo preciso que
vivamos y obremos según Dios, ocurre que desde el pecado original, nuestra voluntad es insumisa respecto a Dios, y a su vez, nuestras potencias superiores tienen insumisas a las inferiores. Jesús, el Verbo hecho carne, nos enseñó en el padrenuestro a pedirle a Dios Padre que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo. Y con su ejemplo, cuando entregaba su vida, nos enseñó además a pedirle a Dios Padre contra nuestra propia voluntad: "hágase tu voluntad y no la mía". La oración perfecta del padrenuestro ahora, en Getsemaní, llegaba a ser heroica.

La fiesta solemne de Cristo Rey

La mayor promesa del Sagrado Corazón de Jesús es la de su reinado

El Reinado de Jesucristo consumado en toda alma y en toda la tierra por la acción misericordiosa de su Sagrado Corazón

La segunda venida de Jesucristo tendrá como consecuencia, entre otras, el triunfo de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Y no al revés. No es a consecuencia de un triunfo debido a un proceso de crecimiento de la Iglesia como se producirá la consumación en la tierra del Reinado Social de Jesucristo por su misericordia y la consiguiente época profetizada de paz y prosperidad en la Iglesia (CEC 677, 673, 672, 675, 674). Este Reinado ha de venir ciertamente, pues está reiteradamente prometido y profetizado. Y será consecuencia, como está profetizado, de la segunda venida de Jesucristo, que producirá con su manifestación gloriosa, como cuerpo glorioso, no visible más que cuando Él quiere, la liquidación de la apostasía y el hundimiento del régimen anticristiano, que ahora ya domina y que llegará a imperar de forma total.

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